A más de un mes de la publicación más reciente en este blog, retomamos la escritura esperando que ya no vuelva a pasar tanto tiempo sin al menos poner una foto como la del perro perdido. Muchas cosas han pasado, pero aunque pareciera que nada cambia, el carro y yo estamos aparentemente a una visita al mecánico de solucionar todos los problemas, o al menos los importantes. Desde la cadena del tiempo partiéndose en dos y doblando una placa de metal, hasta el colector del escape o “maniful” según los mecánicos, que se rompió aparentemente por contacto con el agua fría de la lluvia mientras estaba caliente el motor.
Yo: “El carro se despertó ayer, después de la lluvia, haciendo este ruido como de tractor viejo.”
Mecánico: “¿Pasaste por un charco? Ya me imagino, mientras ves a los carros chicos sacarles la vuelta, te avientas por el puro charco nomás porque traes carro alto.”
Yo: “¿Acaso querías que el carro volara? Además cuando el charco llega de un lado de la calle hasta el otro, debería de llamarse de otra manera.” Palabras más, palabras menos…
Mecánico: “Pues te recomiendo que lo dejes secar el fin de semana y si le sigue el ruido lo traes para revisarlo.”
Yo: “¿Lo cuelgo del tendedero a un lado de los calcetines?” Esta frase es falsa, muy probablemente la pensé pero no la dije :)
De haber sido doctor en lugar de mecánico, a lo mejor hubiera dicho: “Espérese el fin de semana, y si sigue tosiendo entonces le diagnosticamos que tiene tos”.
El carro se secó y el ruido siguió, con el ya mencionado resultado del escape fracturado, que ya lo soldaron y el ruido se fue. “Al menos por seis meses” según el mecánico que lo soldó, que no es el mismo del diagnóstico inicial, y que ya me hizo comprar la pieza nueva porque la otra no va a aguantar mucho.
Gracias a esta misma situación volví a hacer uso en 2 o 3 ocasiones del transporte público de Mexicali. ATUSA..lud
Y sucedió lo que no falla, lo que tantas veces me tocó sufrir en Cd. Obregón, “la ciudad con los vientos olor a trigo” como decían en la OX. Con olor a trigo quemado porque eran los vientos de quema de gavilla los que nos llegaban a la ciudad. Volviendo al camión, de repente, de la nada, como por arte de magia, simplemente se apagó y ya no volvió a prender. Ahí estuvimos, en el carril para dar vuelta de la Benito Juárez a la Independencia como unos 15 minutos, mientras llegaba otro camión al que nos pudieran pasar. Creo que es algo típico pero ya no me acordaba que esas cosas pasan. Al que le haya tocado subirse a los peseros de Obregón en la época previa a las rutas 10, 11 y 12, (los que salían del mercado, pasaban por la plaza de los pioneros, se iban hasta la iglesia de Fátima, de ahí creo que se regresaban hasta la Morelos por los rumbos del ISSSTE, y se iban hasta el seguro pasando por la ladrillera) sabrá exactamente a lo que me refiero. No se me olvida la vez que sentí que me cayó algo encima y era un tornillo que se soltó del techo del pesero, las goteras cuando llovía, ni la vez que se subió una señora de considerables dimensiones, cargada de bolsas de comida, supongo, y el camioncito casi se voltea y al chofer casi le da un infarto. Viejos tiempos aquellos…